Ninguna
etapa es más intensa, maravillosa y vulnerable a la vez, que nuestra infancia. Esas primeras experiencias
marcan no solo gran parte del rumbo de nuestra vida, sino también, la visión
que tenemos de ella. El vínculo que establecemos con nuestros cuidadores, con
esos padres que
nos guían, cuidan y arropan, nos ofrecerán los pilares de nuestro desarrollo
para crecer con seguridad y autonomía.
Pero si
algo falla, si el escarpelo de la violencia, de la desgracia o la casualidad
aparece en nuestra vida cortando el rumbo de esa infancia, la huella quedará.
Es un hecho y como niños, como personas que aún no somos capaces no solo de defendernos, sino tampoco de
comprender por qué existe la maldad o la tragedia, habremos de digerirlo con
toda su dificultad y gravedad.
A estas
situaciones es lo que se conoce como “estrés precoz”, hechos
ocasionados por traumas físicos o emocionales que van a alterar en gran parte
el rumbo de nuestro desarrollo y nuestra madurez. La
herida podría quedar en nuestro cerebro, donde aquel estrés y sufrimiento deja
lesión emocionales, provocando que, llegada la edad adulta, tengamos más
riesgos de desarrollar algún tipo de depresión.
LA FALTA
DE AFECTO EN LA INFANCIA, UNA DE LAS MAYORES CAUSAS DE LA DEPRESIÓN
En
ocasiones, no hace falta que lleguemos a extremos tan lamentables como un abuso
o el maltrato infantil. Muchas veces, esos niños que crecen sin arraigo familiar o con
unos padres que no han sabido, o no han querido estrechar ese vínculo
imprescindible con sus hijos, provoca que se llegue a la madurez con muchas
carencias, con muchas faltas.
Una infancia saludable,
feliz e íntegra, hace que el niño crezca sabiendo que es querido, que cada uno de sus pasos, de sus
decisiones y de sus fallos, dispone igualmente del apoyo incondicional y único
que es su familia. El desarrollo de su autoestima irá a la par del
afecto de los suyos. Su autoconcepto será además positivo, porque es el reflejo
de lo que hasta el momento, siempre ha encontrado.
Pero si
solo encuentra vacíos, desprecios y reproches, el niño crecerá no solo con una
marcada inseguridad, sino también con cierto rencor e incluso con
desconfianza, dado que si quienes debieron haberle ofrecido un apoyo y
un cariño incondicional solo le dieron frialdad y rudeza, es complicado que
alcance una unión saludable con otra persona.
SUPERAR
UNA INFANCIA DIFÍCIL
Se habla
de “la vulnerabilidad biológica” cuando todas esas experiencias
traumáticas o negativas del pasado han quedado incrustadas en nuestra
experiencia y también a nivel cerebral. Las altas tasas de estrés modelan
y cambian muchas de nuestras estructuras más profundas, y todo ello nos hace
personas más frágiles. Personas más proclives a sufrir una depresión llegada la
edad adulta.
Pero
ahora bien, ¿quiere esto decir que todos los que hayan sufrido un trauma en la
infancia, van a padecer obligatoriamente una depresión? La respuesta es no.
Cada uno
de nosotros vamos a afrontar nuestro pasado traumático de un modo, puede que para algunas
personas dichos eventos del pasado sean un revulsivo que superar y por el que
luchar día a día. Algo que asimilar, aceptar y afrontar para que la vida le de
una nueva oportunidad, y
ser feliz de nuevo.
En
cambio, para otras personas esa predisposición biológica y emocional seguirá
pesando demasiado. No solo se va a tratar de un recuerdo persistente, sino
que puede influir en su forma de relacionarse con el mundo.
Pueden
ser personas que han perdido la confianza con sí mismas y con todo lo que les
rodea. Les
cuesta mantener amistades e incluso relaciones afectivas. Exigen cariño, pero
son incapaces de aceptarlo porque siguen temiendo ser traicionadas, ser
heridas.
Son
perfiles donde puede quedar implícita un tipo de ansiedad crónica, una hipersensibilidad y una vulnerabilidad emocional
con la que luchar cada día. La felicidad en estos casos tiene un alto precio,
entonces ¿cómo afrontarlo? Obviamente, con esfuerzo, voluntad y mucho
apoyo social.
Vistas
todas estas realidades, solo cabe recordar la importancia de seguir protegiendo
la infancia. Nunca pienses que un niño es un adulto en miniatura. Un niño es una
persona hambrienta de emociones positivas, necesitada de experiencias llenas de afecto
incondicional, de palabras y vínculos.
Un niño
no es un adulto que pueda comprender por qué otros adultos puedan tratarlo mal.
Tampoco puede defenderse. Lo que ocurra en esas edades, habrán de marcarlo por
siempre. No lo olvides. Cuida siempre de los más pequeños, y
si eres tú quien sufrió una infancia complicada, recuerda que la felicidad no
está vetada para nadie, y que merece la pena aceptar, superar y vivir de nuevo.
Fuente: Valeria Sabater.
Psicóloga y Escritora.
PSICOLOGÍA INFANTIL Y
ADOLESCENCIA
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