MALESTAR DOCENTE O TEACHER BURNOUT

En el contexto educativo, especialmente en la actualidad,  se suscitan ciertas condiciones laborales que aumentan el nivel de tensión psicológica en el docente; cuya función está relacionada con una serie de situaciones que constituyen sobrecarga laboral, enorme presión, y en ocasiones, convertirse en receptores de agresividad por parte de padres y alumnos. La revisión de investigaciones relacionadas con salud mental de los docentes, nos muestra que esta sobrecarga de tareas unida a las frustraciones, insatisfacciones y a la falta de entendimiento con otros miembros de la comunidad educativa puede desencadenar en los profesores alteraciones como: fatiga, descenso de la concentración y del rendimiento, ansiedad, insomnio, trastornos digestivos, entre otros. Se evidencia en una investigación desarrollada por Casen (2000), en donde los profesionales de la educación chilena percibieron en un 65.5% un deterioro en su salud mental (INE, 2006). Además, Buzzetti (2005), halló que gran cantidad de profesores chilenos se encuentran afectados por el síndrome de Burnout.

Esteve propone un modelo para comprender el síndrome de Malestar Docente, basado en el enfoque psicológico (Burnout) (agotamiento emocional, despersonalización, falta de realización personal), y enfoque sociológico, en el que se interesa por los cambios “vertiginosos” aparecidos en los últimos tiempos. Para este modelo, “malestar docente” es un concepto que describe los efectos permanentes negativos que afectan a las condiciones psicológicas y sociales que afecta a quienes ejercen la docencia.

De acuerdo a un reciente estudio sobre la percepción de los docentes respecto a su trabajo (Rojas, 2015), los docentes manifiestan que actualmente se genera una exigencia de difícil comprensión desde las estructuras políticas y económicas, las cuales proponen directrices comportamentales arduas de responder, generando frustración. El Docente ha perdido la claridad respecto a lo que se espera de ellos, quedando así, expuestos a una serie de demandas y exigencias de la sociedad. Esto hace referencia a las “peticiones utópicas” que se proyectan en la educación, en este sentido, los problemas sociales pendientes se convierten en problemas que debe asumir la escuela.

Por otro lado, se percibe un aumento considerable de responsabilidades asignadas a la figura del docente, quien debe asumir estas demandas sociales, generando una sensación de sobrecarga y presión, pero también, una desfiguración y crisis en las definiciones de su rol. Esta crisis se acompaña de la percepción de desajuste entre esfuerzo y recompensa, alimentando la desmotivación y la falta de compromiso del docente. La jornada laboral se percibe exigente y el trabajo administrativo, excesivo, en cambio, la remuneración, precaria.

De este modo, las tareas se extienden ocupando gran parte del tiempo personal del profesor. El docente siente que esta intensificación laboral posee dos formas de manifestación: las exigencias de tipo cuantitativo, referidas a la sobrecarga de tareas, y las exigencias profesionales cualitativas, referidas al trabajo emocional. Estas exigencias relacionadas con su labor, en cuanto competitividad, productividad, capacitación constante, habilidades blandas, entre otras, se presentan en desequilibrio en cuanto a la relación esfuerzo y recompensa.

Sin embargo, existe un desequilibrio aún más significativo referido a la pérdida de la realización personal en el trabajo. Es así, como comienza a vislumbrarse nuevamente la incertidumbre como un elemento que desdibuja los sentidos y significados que cada persona debe configurar en torno a su labor. La construcción de sentido en el trabajo responde a la necesidad de encontrar un propósito no instrumental (recompensas materiales) en el quehacer que promueve bienestar y realización personal en el trabajador, porque encuentra en su entrega un sentimiento de trascendencia. En este sentido, la incertidumbre se apropia de una pregunta vital: ¿cuál es el producto social de la labor docente?, la incapacidad para responder a esta pregunta en algunos docentes provoca una crisis de los modelos de identidad del profesor sumado a los nuevos significados de la labor docente, que, a su vez, también traen incertezas debido a la diversidad de responsabilidades adquiridas, la ambigüedad de rol y la estandarización del trabajo docente.

En relación a esto último, la estandarización del trabajo docente se percibe como un factor que influye de manera significativa en la crisis de identidad respecto a la labor, debido a la diversidad de responsabilidades que debe asumir, pero que además, repercute negativamente en el autoestima del profesional, quien, debido a la intensificación de su trabajo, debe responder en un porcentaje alto de horas de trabajo lectivo (OCDE 2004a), dejando sólo un 25 % de su tiempo para el resto de las tareas exigidas. Es así como el docente termina percibiendo que su desempeño no cumple las expectativas, el cual, es a la vez, reforzado por la creciente desvalorización social percibida.

De acuerdo a la dimensión del modelo psicosocial del burnout, la baja realización personal en el trabajo, la percepción desvalorizada de sí mismo y la tendencia a auto evaluarse negativamente,  genera la terrible sensación de estancamiento, ineficacia, inadecuación. Esta dimensión es percibida por los docentes como la manifestación del síntoma más abrumador, puesto que se experimenta como una reclusión que limita para querer continuar. La incapacidad para reconocer logros en su contexto laboral, terminan minando las posibilidades de continuar desarrollándose y desempeñándose en lo que  hasta ahora había sido su profesión.
           
Otro aspecto que los docentes denuncian como elemento que provoca malestar, se encuentra en el significado que le otorga a su trabajo, considerándolo un trabajo precarizado, es decir, considera factores que describen las condiciones laborales precarias que incluyen, muchos alumnos por sala de clase, salas pequeñas, espacios físicos comunes, condiciones de incomodidad para comer o trabajar. Todos éstos repercutiendo en las complicaciones percibidas de las interacciones con el resto de los actores de su contexto educativo. La precariedad que le otorga a sus condiciones laborales, de acuerdo a Esteve, resultaría un factor de primer orden que incide en la aparición del malestar.

            Relacionado con la crisis en el significado de ser profesor, se encuentra la idea de una transformación en la organización del trabajo del docente. Como hemos mencionado, la profesión docente se encuentra en una crisis en el sentido de identidad, debido a los constantes cambios de enfoques pedagógicos, diversidad de funciones, ambigüedad en el rol, etc. es precisamente en estas transformaciones y cambios de enfoques en los que el profesor se siente disminuido, debido al casi nulo nivel de autonomía para tomar decisiones (la labor docente se muestra como una actividad con características técnicas, en la cual, el profesor sólo replica instrucciones propuestas). El nivel de autonomía percibido por los docentes consultados, responde a una sensación de ser invisibles, lo que continúa con la dimensión de baja realización personal en lo laboral.

            Por otro lado, el nivel de autonomía en el docente está propuesto desde las políticas educativas, que regula desde los instrumentos estandarizados y los planes y programas, limitando la posibilidad de innovar o construir nuevas estrategias, a partir de la reflexión pedagógica. Es decir, existe poco control sobre la propia labor, lo que provoca una sensación de “anulación”. Esto además, se condice con la presión de rendimiento estandarizado, la posibilidad para la verdadera reflexión pedagógica es casi nula debido al tiempo disponible.

            Existe una sensación de abandono al docente desde las estructuras de apoyo (Ministerio de Educación) debido que se percibe una invisibilización de los factores concretos que deterioran la salud de los docentes; los factores de riesgo son abundantes, lo cual al parecer, resulta ser una epidemia organizativa en la educación del siglo XXI, gestándose desde que surgen las transformaciones de los oficios y profesiones, a partir de la crisis del modelo de desarrollo del capitalismo industrial, al nuevo modelo de desarrollo entorno al capital financiero. Desde este punto, el apoyo percibido por los docentes, provienen del mercado de instituciones asesoras y capacitadoras y a fondos y proyectos específicos, pero no del Ministerio u otras estructuras gubernamentales.

            “Es normal sentirse mal…”, desde esta cita podemos extraer muchas conclusiones, básicamente porque refleja una desvalorización del sí mismo, lo que aparece como el resultado de un proceso en el cual el malestar comienza a manifestarse. La mayoría de los docentes percibe el agotamiento emocional (primera dimensión del Burnout), como una reacción de defensa del propio cuerpo y mente, es decir, el primer intento para sobrevivir al sistema. Este más que un síntoma, es percibido como un mecanismo de protección, que más que una simple alarma -como lo fuese el estrés- éste va más allá, pues obliga a la persona a detenerse, a paralizarse. “un bloqueo” de seguridad que cierra los flujos energéticos para seguir auto exigiéndose. De acuerdo a esto Maslach propone que las personas que desarrollan Burnout generalmente son personas muy autoexigentes y responsables, con altas expectativas de logro.

El docente refiere a la Despersonalización como un segundo mecanismo de defensa frente a la alta demanda percibida. Esta dimensión se refiere a una nueva forma de interactuar del sujeto, para imposibilitarse a la vinculación íntima con el otro. De manera automática, surgen formas despectivas de referirnos al otro. Como en el caso de algunos docentes: “los cabros”, “los críos”…

            La baja realización personal en el trabajo, se traduce en: “hacerse el muerto”, como un último recurso para sobrevivir al contexto que se ha tornado hostil. El anulamiento al que  refieren se puede interpretar como una forma de negar al yo para protegerlo: “me estoy haciendo la muerta”. Esta dimensión del Burnout es vivida por el docente desde la figura de lo obsoleto, lo extinguido.

            En este sentido, el malestar docente sería el mecanismo para enfrentar la incertidumbre, que, paradójicamente, es la causante del mismo malestar. Respecto a esto, el constructo de salud docente es percibido como una normalización en el sentirse mal en el trabajo, o incluso cuando se piensa en el trabajo. Es recurrente en el discurso una victimización en torno a su sensación de estado de salud: “vivo somatizando dolores”, “siempre me duele la cabeza”, “tengo manifestaciones del cuerpo”, “siento que no estoy bien”, “estoy estresada”, “no sé si pueda aguantar”, “me duele hasta el pelo”, “la cara se me contrae”.

De acuerdo al Dr. Aldo Meneses, de la Escuela de Gobierno y  Gestión Pública de la Universidad de Chile, afirma que en nuestro país prácticamente no existe material que profundice sobre el tema. Esto evidencia una de las falencias que existen para diagnosticar y prevenir el estrés laboral y en particular el Síndrome de Burnout.  Así mismo, hay escasas investigaciones del tema en Chile, y la mayor parte de ellas se refieren tan sólo al estudio de prevalencia del síndrome (Valdivia y otros, 2000; Barría, 2002; Carlotto, 2001; Ordenes, 2004; García y otros, 1999). 

Cabe destacar, que no existe una tipología clínica en los manuales de diagnóstico de enfermedades mentales, utilizados en Chile por los clínicos, los abordajes terapéuticos caben en estrés laboral o trastornos del ánimo, pero el diagnóstico propiamente tal no existe, es por ello que consideramos pertinente que se desarrollen estudios referentes al tema, que puedan permitir eventualmente la inclusión de una nueva tipología diagnóstica, inexistente hasta ahora.

El trabajo no debe ser un elemento de alienación, creemos firmemente que la satisfacción laboral es necesaria para que cualquier trabajador se entusiasme con la tarea y rinda, pero  sobretodo, sienta que es parte de algo que lo dignifica, lo realiza, lo desarrolla. En el caso de los educadores, el bienestar, además de fuente de salud y se proyecta sobre los alumnos y el proceso de aprendizaje de éstos.


 Paola Rojas Jara
Prof. Castellano y Filosofía
Psicóloga Clínica

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